La Fe
Creer en Dios y tener fe en Él son dos cosas diferentes. Una creencia carece de valor si no se la comprueba viviendo conforme a ella. Al convertirse en experiencia, una creencia se transforma en fe.
La fe, es decir la experiencia intuitiva de toda verdad, se halla presente en el alma y da origen tanto a la esperanza humana como a todo deseo de lograr algo. Los seres humanos comunes prácticamente nada saben de esta fe intuitiva que se halla latente en el alma y que constituye el manantial secreto de nuestras más locas esperanzas.
Tener fe significa saber y poseer la convicción de que estamos hechos a imagen de Dios. Cuando nos encontramos interiormente en sintonía con la conciencia divina, podemos crear mundos. Recuerda que en tu voluntad yace el omnipotente poder de Dios.
Cuando una hueste de dificultades te amenaza y, a pesar de ellas, rehúsas darte por vencido, cuando tu mente se enfoca inamoviblemente en la meta –totalmente dispuesta a vencer-, comprobarás entonces que Dios te responde.
La fe debe ser cultivada –o más bien descubierta- en nuestro interior; ella se encuentra allí, más debe ser sacada a la luz. Si observas tu propia vida, te percataras de las innumerables formas en las cuales Dios está operando a través de ella y tu fe se fortalecerá.
Muy pocas personas buscan la mano oculta del Señor; la mayoría considera el curso de los acontecimientos como algo natural e inevitable. ¡Desconoce, por cierto, cuan radicales son los cambios que pueden operarse mediante la oración!
Dios siempre responde cuando oras profundamente, con fe y determinación. A veces responde sugiriendo un pensamiento en la mente de otra persona capaz de realizar tu deseo o satisfacer tu necesidad; esa persona se convierte así en el instrumento divino para que se produzca el resultado deseado. Ese es el significado de las palabras de la Biblia cuando dice que la fe constituye la prueba de la existencia de realidades que no se ven.
En el Santuario del Alma
Paramahansa Yogananda