Lo Cotidiano
Cuentan que, en cierta ocasión, un joven simple pidió entrar como novicio en un templo zen. El abad accedió, pero viendo su escasa capacidad para realizar incluso las tareas menos complejas, decidió encargarle que barriera bien el patio todos los dias. Así pasaron las semanas, los meses y los años… el joven simple se afanó en barrer minuciosamente el patio durante todos los dias de su vida. Lloviera, nevara, hiciera calor o viento, estuviera enfermo o cansado, el joven simple no dejó jamás de barrer cuidadosamente el patio con la vieja escoba. Nunca antes el patio del templo se había visto tan limpio. Una mañana el abad percibió que del monje emanaba algo que provocaba respeto y reconocimiento, algo en lo que nunca antes había reparado, acostumbrado como estaba a verlo un día tras otro formando parte del paisaje del patio. Aquel día el abad se acercó al monje, le invitó a que dejara la escoba por un momento y empezó a hacerle preguntas de hondo contenido espiritual. Terminada la conversación minutos después, el abad unió las manos sobre su pecho con respeto y se despidió del monje inclinándose con una profunda reverencia: había descubierto a un iluminado.
Dices bien querido abad, contestó el monje, pero mi mejor maestro ha sido la escoba que me mostró el valor del silencio, de la humildad y del servicio; mis escrituras han sido el polvo seco del verano, las hojas del otoño, las lluvias de primavera y la nieve del invierno; y mi meditación ha estado siempre presente en la intención de barrer lo mejor que he sabido y he podido. Oídas aquellas palabras, el abad se retiró en silencio y el monje continuó barriendo el patio.