“¿Qué hacer con el ego?”
El venerable y anciano maestro y su puñado de fieles discípulos salieron a dar un paseo por el bosque en el que llevaban días de meditación, haciendo un retiro espiritual. Tuvieron así ocasión de ver diferentes ascetas, entregados a diferentes penitencias muy severas. Uno de los ascetas estaba colgado boca abajo de un árbol;
otro se acostaba sobre espinos; otro se alimentaba de hierbajos..
-Estos ascetas, ¿obtienen méritos?-preguntó uno de los discípulos-, Porque tú nos has enseñado que el cuerpo es el templo del Divino y no debemos maltratarlo, sino cuidarlo.
-Nadie puede saber qué hay en la mente y actitud de otra persona. Depende de si estas prácticas les ayudan a someter su ego.
Siguieron paseando. Otro discípulo preguntó:
-Tú nos hablas del ego. ¿quiere decir que tenemos que matar el ego?
-Los peligros del ego son enormes- repuso apaciblemente el maestro-. El ego divide, enfrenta. Es la enajenada identificación con el cuerpo y con la mente, desencadena soberbia, afán de posesividad, avidez desmedida, rencor, odio, es capaz de destruir los mejor. El amor, y nos hace infelices para siempre. Es el enemigo número uno del hombre…”..el ego”. Nada hermoso surge de un ego infatuado, no se trata de matarlo, sino de someterlo y ponerlo al servicio de la “acción noble”.
-Pero yo no puedo entender- replicó uno de los discípulos- cómo puede haber ego y no haber ego.
– Esta noche volveremos sobre el tema- dijo sonriente el maestro.
Al anochecer, el maestro dijo a sus discípulos:
– Con demasiado ego nadie puede ser feliz ni tener capacidad para hacer felices a los demás. Pues el ego se viste con la máscara del egoísmo, la vanidad, la soberbia, el excesivo orgullo, la avaricia, la ira, el odio…Es necesario vigilar el ego y debilitarlo..
-¿Puedes ponerme un ejemplo?- preguntaron algunos discípulos.
– Traed una soga- dijo el maestro.
Los discípulos se quedaron perplejos. ¿A qué venía meter una soga en el asunto?. Pero obedecieron y trajeron una soga.
-Prendedla.
Más atónitos todavía. Y así lo hicieron los discípulos. La soga ardió.
-¿Veis la soga quemada?, pregunto.
– Si- repusieron los discípulos.
-Observaréis que no ha sido eliminada, como no puede serlo el ego por completo mientras tengamos un complejo mente-cuerpo. Pero traedme ahora la soga.
Cuando los discípulos trataron de tomar la soga quemada, esta se disolvió. Y el maestro dijo:
– Así hay que someter y reducir el ego. Hay que dejarlo en una traza, en un esqueleto. Mientras viva en este cuerpo-mente, seguirá latiendo, pero muy tenuemente.
Los discípulos comprendieron y se sintieron muy agradecidos al mentor.
“El ego es un fantasma hambriento; si lo alimentas es como un estómago sin fondo. Hazle ayunar.”
Cuentos espirituales de la India por Ramiro Calle