Estilos de Visión

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Para el ojo temeroso, todo es amenazante. Si miras al mundo con temor, solo podrás ver las cosas que pueden dañarte o amenazarte y concentrarte en ellas. El ojo temeroso siempre está acosado por las amenazas.

Para el ojo codicioso, todo se puede poseer. El codicioso jamás disfrutará de lo que tiene porque solo puede pensar en aquello que aún no posee: tierras, libro, empresas, ideas, dinero o arte. El motor y la aspiración de la codicia siempre son los mismos. La codicia es dramática porque está siempre acosada por la posibilidad futura; jamás presta atención al presente, y lo más negativo, es su capacidad para anestesiar, anular  y destruir la inocencia natural del deseo, el cual lo reemplaza por una posesividad ofensiva  y atrofiada. Tener se ha convertido en el enemigo de ser.

Para el ojo que juzga, todo está cerrado en marcos inamovibles, cuando mira hacia el exterior, ve las cosas en términos lineales y cuadrados. Siempre es excluyente y separatista, y es por eso por lo que jamás mira con espíritu de comprensión o celebración. Ver es juzgar. Lamentablemente el ojo que juzga es igualmente severo consigo mismo. Solo ve las imágenes de su atormentado interior proyectadas hacia  exterior desde su yo. El ojo que juzga recoge a superficie reflejada y la llama verdad. No posee el don de perdonar ni la imaginación suficiente para llegar al fondo de los asuntos.

El ojo rencoroso todo lo envidia. Los que han permitido que se forme el cáncer del resentimiento en su visión, jamás pueden disfrutar de lo que son o de lo que tienen. Siempre miran a los demás con resentimiento. Tal vez los vean más bellos, inteligentes o ricos que ellos. El ojo rencoroso vive de su pobreza y descuida su propia cosecha interior.

Al ojo indiferente nada le interesa ni despierta. La indiferencia es uno de los rasgos de nuestra época y se dice que es imprescindible para obtener poder. Para controlar a los demás se necesita ser indiferente  a las necesidades y vulnerabilidades de los controlados, de tal manera que la indiferencia exige un gran compromiso de no ver. Para ignorar las cosas se precisa de una gran energía mental. Sin que lo sepas, la indiferencia puede llevarte más allá de las fronteras de la comprensión, la sanación y el amor. Cuando te vuelves indiferente, cedes todo tu poder. Tu imaginación se fija únicamente en el limbo del cinismo y la desesperación.

Para el ojo inferior, todos los demás son maravillosos. Los otros son siempre más hermosos, inteligentes y dotados que uno mismo. El ojo inferior siempre aparta la vista de sus propios tesoros. Es incapaz de celebrar su presencia ni su potencial; es ciego a su belleza secreta. El ojo humano no fue hecho para mirar hacia arriba de un modo que pueda potenciar la superioridad del otro, ni para mirar hacia abajo para reducir al otro a la inferioridad. Mirar a alguien a los ojos es un bello testimonio de verdad, coraje y expectativa. Cada uno ocupa un terreno común, pero diferente.

Para el ojo que ama, todo es real. El arte del amor nunca es sentimental o ingenuo. Este amor es el mayor criterio de verdad, celebración y realidad. “Aquello que no ves a la luz del amor no lo ves en absoluto”. El amor es la luz en la que vemos la luz, en la que vemos cada cosa en su verdadero origen, naturaleza y destino. El ojo amoroso puede incluso trasmutar el dolor, el daño y la violencia hacia la transfiguración y la renovación. Es luminoso porque es autónomo y libre. Todo lo contempla con ternura. No se queda atrapado en aspiraciones de poder, seducción, oposición o complicidades. Tal creación siempre es creativa. Se eleva por encima de la culpa y el juicio, y asimila la experiencia en su origen, estructura y destino. El ojo que ama ve más allá de la imagen y crea los cambios más profundos. La visión tiene un papel primordial en tu presencia y creatividad. Reconocer la manera que tienes de ver las cosas puede llevarte al autoconocimiento y a entrever los maravillosos tesoros que la vida oculta.

 

Fuente:
ANAM CARA
El Libro de la sabiduría Celta
John O’Donohue

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